Entre tradiciones e historia, Santo Pipó, Jardín América y San Ignacio
- Nomadea
- 17 jul 2019
- 10 Min. de lectura

Aunque el amanecer de Ituzaingó no sea tan espectacular como el atardecer, despertamos para ver salir al sol y estar temprano a la ruta cuando el calor del verano mesopotámico no es tan fuerte. La alegría por visitar otra provincia era nuestro combustible para madrugar así y gracias a los dueños del camping estuvimos a primera hora en la capital misionera.
A pocos metros de cruzar la frontera entre Corrientes y Misiones, el paisaje cambió completamente. Las interminables planicies se convirtieron en pronunciadas colinas que nos hicieron sentir en una montaña rusa. La vegetación se volvió exuberante y verde, con plantaciones de yerbatales por doquier. La tierra adquirió ese tono rojizo tan característico de Misiones, e incluso el aire se sentía diferente. Desapareció el calor seco y se apoderó de nosotros la pegajosa humedad. Bienvenidos a la selva misionera, donde los arroyos arrastran más agua que algunos de los ríos más caudalosos de Europa, donde la mandioca es más importante que la papa y donde el tereré con chipa destrona al mate con facturas.

SANTO PIPÓ Y EL MUNDO DE LA YERBA MATE
Tuvimos la suerte del mochilero madrugador, a poco de bajarnos del bus conocimos a Manon quien además de llenar nuestra mañana de alegría nos introdujo en el mundo de la yerba mate.
Yerba mate son árboles de los cuales se cosechan las hojas y parte de las ramas para hacer infusiones que se denominan mate (cuando se prepara con agua caliente) o tereré (preparado con agua fría o jugo). A diferencia del té, se coloca la yerba en un recipiente ancho que lleva el nombre de porongo junto con una bombilla (especie de sorbete), se ceba (coloca agua) y se comparte. Es algo muy típico de Argentina, Uruguay, Corrientes y otros países de Sudamérica. Tras visitar la cooperativa Piporé, aprendimos que en Siria también hay costumbre de tomar mate, pero en lugar de prepararlo en porongos grandes para compartir, lo hacen en pequeñas tazas de vidrio individuales y lo único que comparten es el agua caliente.

Conocimos la Cooperativa Piporé gracias a Manon ya que ésta se encuentra en su pueblo natal Santo Pipó. Los lugareños se dedican principalmente a la producción de yerba mate y más de la mitad trabaja directa o indirectamente para la cooperativa Piporé ya sea porque son los dueños del campo o trabajan en la cosecha o porque tienen algún puesto en la cooperativa misma. Piporé fue creada en 1930 por un grupo de inmigrantes suizos que se asentaron en Santo Pipó y desde entonces abastece de yerba mate el mercado nacional e internacional.
Como te imaginarás, la visita a la cooperativa Piporé es el principal atractivo de este tranquilo pueblo que se extiende al costado de la ruta nacional n°12 a 82 km de la ciudad de Posadas y a 22 km de Jardín América. La visita guiada es gratuita y se puede coordinar previamente por mail o teléfono (turismo@pipore.com.ar, 03764-490014).

El recorrido comienza con un vídeo que exhibe las plantaciones y te muestra todo el proceso para obtener la yerba mate. Te tira varios datos curiosos como que los árboles de yerba mate crecen únicamente en sitios con tierra colorada, con abundante agua y mucho calor. Para ir al grano, esta es la lista de cosas que llamaron mi atención: 1. las ramas se cortan con una tijera eléctrica para no lastimar la planta y la cosecha dura 6 meses (de abril a septiembre). 2. La cosecha se sapeca, es decir se expone a altas temperaturas durante unos segundos para que no cambien de color. 3. Las hojas y ramas se secan durante 2 años. 4. La primera molienda se llama yerba canchada y se usa para el tereré.
Para cerrar la visita ponen en funcionamiento las antiguas máquinas que utilizaban para empaquetar el producto y tras enseñarte a preparar el mate como un verdadero sibarita te dan degustar sus productos.

¿Querés saber cómo se prepara el mate perfecto? Acá van los consejos que aprendimos:
Necesitas es tener un porongo, una bombilla, yerba mate y agua.
1. Colocar la yerba en el porongo. Luego poner una mano sobre la boca del porongo y sacudirlo una vez. De esta manera el polvo se asienta debajo.
2. Echar un chorrito de agua templada en el lugar donde vas a colocar la bombilla y esperar a que la yerba absorba el agua. Así se afirma la yerba.
3. Poner la bombilla donde colocaste el agua templada y agregar agua caliente a 75°C. Es importante cebar el mate siempre en el mismo lugar y pegado a la bombilla para que no se lave, de esta manera durará más.
Y listo, a disfrutar de unos deliciosos mates.

JARDÍN AMÉRICA Y LA INMIGRACIÓN DE LOS RUBIOS TRAS LAS GUERRAS MUNDIALES
Después de la parada técnica en Santo Pipó, estuvimos listos para continuar viaje a Jardín América, lugar donde nos esperaban Sonia y su familia.
En un principio la idea era quedarnos 3 días, pero la incesante lluvia reorganizó nuestro viaje y compartimos con ellos más de una semana. No teníamos mucho para hacer en esos días mojados, así que, como unos auténticos misioneros, por las tardes solíamos sentarnos a mirar la lluvia y conversar mientras compartíamos unos mates o tererés acompañados de reviro o chipa.
El reviro es una comida que puede ser dulce o salada, dependiendo del uso que le quieran dar. A veces lo preparan para reemplazar el pan en las comidas (salado), otras para desayunar (dulce) o como plato principal (salado) acompañado de algún guisado o huevo frito. Consiste en preparar una masa con harina y agua y luego tostarla en una olla con grasa o aceite mientras la van desarmando hasta formar una especie de migas.
A diferencia de los correntinos, para los misioneros la chipa puede ser de harina (lo que se conoce en el resto del país como torta frita, una masa de harina frita) o de almidón (lo que llaman chipa en Corrientes, un pancito de almidón de mandioca con queso horneado).

Además de introducirnos en el mundo gastronómico, nos interiorizamos en el porqué de la presencia de tantos rubios de ojos claros que desentonan con los guaraníes morenos de ojos oscuros originarios de esta zona.
Resulta que Misiones vivió dos tipos de colonizaciones (asentamiento organizado de inmigrantes), uno Estatal, promovido por el gobierno antes de que Misiones adquiera el carácter de Provincia (de 1897 a 1952) durante el cual los inmigrantes europeos, brasileños y paraguayos se instalaban en tierras fiscales deshabitadas y generalmente ubicadas en zonas fronterizas. Y otro privado, impulsados por empresarios extranjeros dueños de extensos territorios misioneros que tras la 1ra Guerra Mundial fundaron colonias de migrantes de Europa del norte para dedicarse a la agricultura y forestación. Por otro lado, a partir de 1950, se instalaron contingentes de japoneses con el mismo fin.
Los empresarios más renombrados que llevaron a cabo este proceso de colonización privada son Carlos Culmey, quien promovió el ingreso de alemanes procedentes de Brasil, y Adolfo Schwelm quien hizo propaganda en Alemania, Dinamarca y Suecia para atraer personas e incluso, tenía agentes en el puerto de Buenos Aires para conducir a los recién llegados hacia su colonia.

Así es como entre 1897 y 1955 fue creciendo la población misionera con rasgos de europeos del norte y algunos ojos orientales. Pero estos migrantes no trajeron solo sus pálidos tonos de piel, también vinieron con sus credos y fundaron distintos tipos de iglesias, muchas de las cuales derivan del catolicismo.
Hoy en día Misiones es la 3ra provincia con mayor diversidad de creencias religiosas, pero considerando que las dos primeras son las provincias más habitadas del país, es algo sorprendente.
Pero lo local también tiene su peso y hay diversidad de mitos y personajes de la cultura guaraní que suelen usarse para convencer a los niños de no salir a la hora de la siesta, explicar la desaparición de objetos y hasta justificar la misteriosa reaparición de un niño desaparecido luego de que sus padres hayan dejado una ofrenda en el monte. Si no me crees, podés leer este Artículo El padre del niño declaró: “Yo sospecho del Pombero porque no dejó ningún rastro. Ya compré tabaco y caña, que dejé en el monte para él. Ahora espero que suelte a mi gurí”.

Uno de esos maravillosos días donde el sol hizo su aparición, fuimos de paseo al Parque Municipal Salto del Tabay, el principal atractivo de Jardín América. Se trata de un Parque Municipal ubicado a 7 km del centro del pueblo, que además de tener cabañas, zona de acampada, restaurante y almacén, alberga un caudaloso arroyo con diversos saltos de agua de unos 10 metros de altura. Toda esta maravilla paisajística convive en un hábitat natural formado por frondosas arboledas que proporcionan la sombra perfecta para no desmayarse del calor y variadas plantas autóctonas.
En el predio se puede hacer senderismo, avistaje de aves y bañarse en la zona canalizada del río, la cual cuenta con guardavidas.
Desde Jardín América, nosotros fuimos caminando por la ruta 5 km hasta el cartel del Parque donde nos desviamos a la izquierda y anduvimos 2 km más por un camino secundario de tierra hasta la entrada del predio. No tiene pérdida, es muy fácil llegar. Otra opción es parar cualquier bus de mediana distancia sobre la ruta que vaya en dirección norte, bajarse donde está el desvío al Parque y luego caminar los 2 km restantes por el camino de tierra. Cobran entrada para entrar al sitio, cuando nosotros fuimos eran $ 60 por persona, pero el precio suele variar según la temporada.

SAN IGNACIO ES MÁS QUE UNAS RUINAS JESUÍTICAS
Para ir de Jardín América a San Ignacio podés tomar cualquier bus de mediana o larga distancia que vaya hacia el sur. El pasaje cuesta $ 70 o $80 (según la compañía) y se puede tomar sobre la ruta o en la terminal de buses.
Cuando estaba en la Universidad recuerdo que todo lo que me enseñaron sobre San Ignacio tenía relación con las Ruinas Jesuíticas, así que durante años en mi mente aparecían construcciones de piedras coloradas derruidas cada vez que alguien nombraba San Ignacio y créeme que trabajando en una agencia receptiva esto era algo casi cotidiano.

En uno de esos viajes relámpagos que hice mientras estaba establecida en Bs. As. pasé por San Ignacio y, como bien aprendida que estaba, me detuve a conocer la joya del lugar, las Ruinas Jesuíticas, una de las más importantes de Misiones por su ubicación (a metros de la ruta que lleva a las Cataratas del Iguazú). Por cosas del destino, era tarde y llegué justo cuando estaban cerrando el predio, así que tuve que volver a casa sin poder conocerlas. Por suerte, la vida me dio una segunda oportunidad para regresar a San Ignacio y por sobre todas las cosas para conocer el Parque Provincial Peñon del Teyu Cuaré, lo que yo verdaderamente considero el principal atractivo de San Ignacio y del que muy poco se escucha hablar.
Se trata de 78 hectáreas de selva misionera en proceso de recuperación ubicadas sobre la costa del Paraná y a 7 km del centro de San Ignacio. El peñón de Teyu Cuaré, que su nombre quiere decir "cueva del lagarto" en guaraní es el icono del parque y resalta en la tupida vegetación color verde intenso con sus casi 200 mts de alto. Además de ser un sitio predilecto para la fauna autóctona del lugar, fue una fuente de inspiración para el escritor uruguayo Horacio Quiroga quien vivió parte de su vida en las cercanías del parque.

Hay 4 senderos que te permiten empaparte del olor de la selva misionera, de la frescura del aire a la sombra, de las hermosas vistas panorámicas y hasta cruzarte con alguna especie animal en estado salvaje. Nosotros, entre otras cosas, nos encontramos con un coatí. Estos animales, que en las cataratas de Iguazú son peligrosos porque roban la comida de los humanos, acá son miedosos, se esconden cuando ver personas y su alimentación no incluye sándwich ni galletitas.
El primer sendero se encuentra antes de la casilla del guarda-parques y te lleva al mirador de la Luna. Tras caminar 400 mts. te premian con una increíble vista del peñón, el mar de árboles que conforman la selva, la costa del río Paraná y varias aves que andan dando vuelta buscando su comida.
Los siguientes 3 senderos tienen 800 mts cada uno y se encuentran después de la casilla del guarda-parques. Si bien dos son un poco empinados, con escaleras, ninguno tiene gran dificultad.
Uno de ellos te lleva a las ruinas de la casa Borman, quien se dice que fue un ex general Nazi que se refugió en estas tierras tras la caída de Hitler. Esta historia es algo que desde hace años corre de boca en boca de los lugareños, pero nunca se confirmó. Este sendero tiene su parte divertida, ya que en época de lluvias hay que ir esquivando un pequeño arroyo que se forma en el camino y nunca se sale del corazón de la selva.

Los otros dos están conectados por unas empinadas escaleras, por lo que es recomendable ir por el sendero del peñón Reina Victoria, que tiene 3 miradores donde se puede disfrutar de bonitas vista panorámicas, y regresar por el otro que no tiene nombre. Pero a mitad de camino, es una buena opción bajar al río a almorzar a la sombra de algún árbol tupido y descansar antes de regresar.
Para ir al Parque Provincial Peñón del Teyu Cuaré si no tenés vehículo propio o vas en excursión, la única forma es ir caminando. Hay algunos carteles por el camino para que no te pierdas, pero mejor usar alguna aplicación con GPS ya que no suele haber gente y mejor no caminar demás. No cobran por entrar al parque y hasta se puede acampar. Es importante llevar comida ya que no hay dónde comprar, pero por del agua no te tenés que preocupar ya que hay una canilla con agua potable.

Como ya había mencionado, el escritor Horacio Quiroga vivió en San Ignacio. Era el año 1903 cuando llegó por primera vez a estas tierras como fotógrafo de una expedición a las ruinas jesuíticas liderada por Leopoldo Lugones. Seis años más tarde compró 185 hectáreas e instaló allí su residencia permanente, la cual abandonó sólo escasos años tras el suicidio de su primera mujer. Hoy en día su casa se conserva como museo y en ella se exhibe mobiliario y objetos personales de Quiroga como fotos, su máquina de escribir y herramientas de trabajo, entre otras cosas.
La Casa Museo Horacio Quiroga se encuentra en calle Horacio Quiroga S/N° (a 500 ms. del Arco de Acceso al Escuadrón 11 de Gendarmería Nacional, con sentido al Puerto Nuevo). Se puede visitar de martes a domingos de 9 a 17 hs. y cobran una entrada de $ 150 por persona.

Esta vez si bien era tarde, aún se podía visitar las Ruinas Jesuíticas, pero decidimos no hacerlo porque nos asustó un poco el precio de la entrada ($ 200 argentinos y $ 270 extranjeros). Había que elegir entre comer rico una semana más o gastar ese dinero en ver desde adentro del predio lo que con voluntad y un poco de imaginación se ve desde afuera. Lo que me dio pena no poder ver es el espectáculo de luz y sonido que realizan por la noche que según nos dijeron está muy lindo. A lo mejor la tercera es la vencida y la próxima vez que vaya me decido a conocer las Ruinas Jesuíticas.
Cansados ya de caminar y con la mochila llena de paltas (aguacates) que habíamos cosechado de los árboles del pueblo regresamos a Jardín América a esperar a que dejase de llover para continuar viaje por la Mesopotamia argentina.

Comments