33 en la montaña
- Nomadea
- 23 abr 2021
- 7 Min. de lectura
Como no podía ser de otra manera, el día de mi cumpleaños llegó en "cuarentena", así que todos esos planes que podría haber hecho y que no hice se cancelaron. No obstante, recuerden que no había hecho planes (excepto por comer torta), con lo cual es día empezó super bien.
Aunque en un principio había dicho que no, desayunamos té chai con la torta de cumpleaños que hace mi mamá, pero, hecha por el Parruli y con esta sonrisa arranqué el día:

Después de tremendo desayuno, con la infaltable compañía de los patos y la oca que viven debajo de mi casa, nos fuimos a estrenar los arcos y la diana. Aunque parezca raro, hace un mes decidimos convertirnos en arqueros aficionados y empezamos comprando flechas, arcos, haciendo una diana, tensando la cuerda y demás, pero nunca habíamos disparado. A decir verdad, la decisión la tomó el Parruli porque yo solo me dejé llevar por lo bien que sonaba la idea y no di ningún paso para que eso sucediera, hasta que un día Parruli me dijo:
"Te compré un arco, y otro para mí."
Un finde extra largo con un feriado inventado por ser el día de mi cumpleaños nos resultó un buen momento para darle vida a este objetivo que teníamos durmiendo.
En un campo de pastos altos y una bonita vista del pueblo, sacamos toda la parafernalia y tiramos flechas sin parar. Algunas dieron en el pasto, otras pasaron volando hasta que aterrizaron en el suelo y muchas dieron en la diana.

No todo fue apuntar y disparar, también disfrutamos el sol, el viento, las vista, la naturaleza, el silencio y la compañía. Pero cuando nada de todo eso nos fue suficiente para amortiguar el hambre, volvimos a casa a preparar unos tacos con tortillas de harina y dos guisos, uno de pollo salteado con verduras y el otro de champiñones con cebolla caramelizada. En nuestra vida la comida mexicana significa mucho (aunque esta receta fue un poco fusión). Al poco tiempo de conocernos viajamos 5 meses por México y volvimos otras 2 veces más, por eso pensar en México o sentir sus sabores es recordar a los amigos, los buenos momentos y las épocas en movimiento.
Para hacer la digestión, una de las actividades que más me emocionan:
¡PREPARAR LA MOCHILA PARA DORMIR EN LA MONTAÑA!
Desde hace un año vivimos a los pies de los Pirineos, llegamos al inicio de la primera cuarentena, en la época en que muchos creíamos que esto de no dejarte salir iba a terminar pronto. Era la segunda vez que estábamos en estas tierras y nuestra idea era pasar el mes siguiente cargando la mochila por Noruega. Sin embargo, con cada nueva noticia que escuchábamos, iba empeorando el tema de la pandemia. Más nos encerraban, más restricciones ponían, más se esforzaban en asustarnos y más trataban de convencernos de limitar el contacto social. Así que nos pareció mejor usar ese tiempo de transición para hacer lo que postergábamos al viajar: estudiar, crecer profesionalmente y cultivar nuestra comida.
Esa decisión nos llevó a poder pasar este día en un lugar magnífico sin necesidad de viajar, disfrutando una cabaña solo para nosotros en lo alto de una montaña, rodeados de picos nevados, arroyos de agua cristalina y mucha naturaleza.

Dejamos el auto a poco más de un km del refugio para disfrutar el camino, sentir la diferencia de temperatura, mirar los colores del bosque, respirar el aire y alegrarnos al llegar. Para nuestra suerte, abrimos la puerta y la cabaña esta vacía. Es un refugio de montaña donde puede dormir quien quiera gratis, sim embargo, al ser día de semana y no estar tan cálido había muchas probabilidades de que no hubiera gente.
Tras despojarnos de nuestras pertenencias nos sentamos en la puerta tapados con una frazada a mirar el paisaje. Las montañas tenían la nieve renovada, porque las semanas anteriores había vuelto a nevar. De a poco las nubes fueron cubriendo más trozos de cielo, pero como se mantenían altas seguíamos viendo, aunque el frescor pirenaico se iba poniendo más intenso.

Antes de que se hiciera de noche fuimos a recolectar leña. El bosque estaba lleno de ramas caídas, troncos secos y en 10 minutos teníamos más de lo que íbamos a poder quemar esa noche. Recolectar leña caída (no cortar árboles vivos) ayuda a limpiar el bosque y evitar la propagación de los incendios.
Cuando el aire se puso frio, decidimos meternos en la cabaña y encender el fuego que no apagamos hasta que fuimos a acostarnos. En todo el alboroto por acomodarnos, armas las camas y distribuir las cosas de cocina se hizo de noche y con ella apareció la dueña de la casa. Un pequeño ratoncito blanco que nos chilló desde su escondite para dejarnos claro que ahí también dormía ella. Esa fue la única aparición de nuestra compañera, no nos molestó en toda la noche y tampoco comió nada de lo que llevábamos. Los roedores son importantes para los ecosistemas porque remueven tierra, guardan semillas y además son alimento de otras especies, por eso, cuando no son plagas ni causan grandes daños es bueno no matarlos.

Por esa chimenea pasó de todo, empezamos hirviendo agua para la merienda, tostamos pan con queso de cabra y nueces, seguimos con el guiso de lentejas y castañas, más pancito rico y terminamos con el relleno para la bolsa de agua caliente. Al día siguiente le dimos otro poco de vida con el desayuno. Antes de irnos limpiamos las brasas, recogimos la leña sin quemar y barrimos, porque si cada uno deja el lugar un poquito mejor de como lo encontró, siempre será un sitio agradable para disfrutar.
Volviendo a ese fuego que fue nuestro gran compañero, no solo nos brindó calor y comida, también se convirtió en el centro de atención. Las llamas tienen el poder de hipnotizarme, una capacidad que ningún televisor pudo desarrollar, por más buena que sea la película que esté proyectando. Sus colores, sus tonos y las brasas que forma crean una imagen diferente con cada segundo que pasa. Lo mejor es que uno puede ser parte de ese arte poniendo o sacando troncos, agregando piñas y soplando. Comparando la luz de una vela con la de una rama descubrimos que la vela tiene mayor intensidad, aunque el palo desprende más calor.
Como no me pude elegir una sola foto de esa fogata, les va una pequeña mescolanza:


De a poco fuimos dejando morir el fuego y entrar al sueño. En la parte de arriba de la cabaña nos esperaba una cama desplegada, una fusión de colchones, colchonetas, almohadas, bolsas de dormir y frazadas. El calor que guardábamos en el cuerpo y el silencio total de la montaña nos proporcionaron un descanso perfecto, de profundo y pesado sueño que fue interrumpido con la llegada del nuevo día. Al salir de la cama, la cabaña seguía cálida y aunque me costó descender a la planta baja, corrí fuera de la casa cuando me dijeron:
¡Está NEVANDO!
Nevando el día de mi cumpleaños, es muy tarde para que suceda en el hemisferio norte y muy temprano para el hemisferio sur, pero ahí estaba el hielo como pompas de jabón cayendo del cielo y a mi me alegró el día.
Cuando estaba todo recogido, las mochilas armadas, el desayuno en la panza y la fogata bien apagada volvimos al bosque. Caminamos bajo la nieve que menguaba, aunque no se volvió lluvia. Desandamos el sendero sin prisa, contemplando las nubes que escondían las montañas y una vez en el auto recorrimos el último tramo zarandeándonos por la irregularidad del camino de tierra. Al llegar al pueblo no había ni rastros de la nevada, en su lugar, el cálido sol que alegraba la mañana.
Digamos que al entrar de nuevo a casa fue el final del festejo de mi cumpleaños, pero para mí hubo una yapa, porque el domingo aproveché para celebrarlo en soledad. El día no estaba muy bueno, pero tampoco tan malo, era perfecto para salir a pedalear. Remontando el río que pasa por debajo de mi casa llegué al pequeño mercado de Engomer, donde además de relajar las piernas, disfruté de un rico té chai mientras recorría los puestos de los productores locales.
Después de esta parada recuperadora, no había más nada para remolonear y con mucha calma empecé a pedalear cuesta arriba. Avanzando por el valle me acerqué a las montañas que aún conservaban la nieve del invierno, aunque lo más llamativo era el intenso verde del inicio de la primavera. Por una ruta tranquila y solitaria avancé sin prisa, dedicando el tiempo a mirar con atención las plantas que crecían al costado del camino. Mentas, flores, ortigas, frutillas y muchas cosas más que no pude identificar, eran una muestra de la variedad y abundancia de comida silvestre que crece sin la "ayuda" del hombre. No hay nada que sea más de proximidad y de temperada que lo que crece salvajemente a nuestro al rededor, por eso aprender sobre plantas comestibles es fundamental para llevar una buena alimentación.

Estando a 22 km del punto de partida decidí para de pedalear, además me encantan las calles de Bonac y nunca me había tomado el tiempo de recorrerlo de principio a fin (tiene menos de 10 cuadra). Es un típico pueblo bonito, con todas las casas de piedra y madera, adornos florales por todos lados, un río cristalino y rodeado de montañas. Un sitio idílico para vivir en verano y arduo para pasar el invierno.
Frente a la iglesia hay una especie de refugio con una biblioteca donde la gente intercambia, deja y/o agarra libros, además es el sitio donde dejan las cosas que ya no usan pero que pueden ser útiles para otras personas. Al salir de casa no se me ocurrió llevar algo con lo que entretenerme mientras descansaba, así que esa biblioteca me vino como anillo al dedo. Entre todos esos libros elegí uno que me llamó la atención por los colores de su portada y al leer el resumen me terminó de convencer.
Así pasé el resto de la tarde, tirada al lado del rio con mi nuevo libro entre manos (prometo regalarlo cuando lo termine), disfrutando del sol, el sonido del agua y las vista. La hora de volver a casa me la indicó el viento que de pronto empezó a soplar haciendo el camino de bajada más pausado sin necesidad de apretar tanto los frenos.

Toda el cariño de mi familia y amigos que tanto me alegra la vida lo recibí de forma virtual y aunque no estuvieran frente a mí los sentí muy cerca haciendo esos días inolvidables.
Me Encanta